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La Capilla Sixtina es una caja de sorpresas por muchísimos motivos, pero especialmente hay uno que llama la atención de artistas y científicos: la inclusión de detalles anatómicos muy veraces ocultos en sus frescos. Y es que Miguel Ángel era todo un amante del estudio de la anatomía, que incluso comenzó a diseccionar cadáveres con solo 18 años. Es una afición que compartía con otros artistas renacentistas como Leonardo da Vinci. Así, lograban dar muchísimo más realismo a sus pinturas.

Pero sus conocimientos de anatomía no se aplicaban solo para plasmar figuras humanas. Miguel Ángel, por ejemplo, ocultó algunos órganos humanos con gran realismo en las capas que envolvían a Dios en algunas de las escenas de la Capilla Sixtina. Pero no lo hizo abiertamente. En ningún momento declaró sus intenciones. Si tenemos en cuenta que la anatomía humana no era tan conocida como ahora, otros artistas no se dieron cuenta y, si lo hicieron, no se molestaron en reconocerlo. Tampoco lo hicieron los médicos de la época. Con el tiempo, si alguien lo hizo, no lo mencionó. Fue muchos siglos después de que Miguel Ángel pintase aquellos frescos, en 1990, cuando un médico estadounidense, Frank Lynn Meshbeger, señaló la existencia de un cerebro en plena Creación de Adán. Más tarde, en el 2000, se habló sobre una túnica en forma de riñón en La separación de las aguas y la Tierra.

Esas son las dos señales más claras de que Miguel Ángel quiso plasmar sus conocimientos de anatomía en la Capilla Sixtina. Hay otras que se intuyen, pero no hay tanta seguridad al respecto. Como tampoco la hay sobre por qué lo hizo. Existen muchas hipótesis, pero no hay nada claro sobre qué pasaba por la cabeza del artista cuando tomó aquella decisión. Aunque puede que no quisiese nada claro. Quizás, su idea era solo jugar un poco con los espectadores de su obra. Viendo que ahora, 500 años después, estamos discutiendo aún los motivos, está claro que lo consiguió.

Las disecciones de cadáveres estuvieron prohibidas por la iglesia Católica hasta el sigo XIV. Hay quien dice que empezaron a permitirse algo antes, en el siglo XIII. No obstante, fue en el siglo XIV cuando el médico italiano Mondino Liuzzi realizó en Bolonia la primera disección pública. En Inglaterra fueron algo más duros y no permitieron las disecciones hasta 1506, aunque en ese último periodo se permitía a los médicos la disección de unos pocos cadáveres de delincuentes al año.

Lo que está claro es que, si bien en algunos sectores seguían mal vistas, en el Renacimiento las disecciones ya eran legales, de modo que muchos artistas las llevaban a cabo asiduamente. Leonardo da Vinci es un buen ejemplo de ello, pero no podemos olvidarnos de Miguel Ángel. Cualquiera que haya visto alguna de sus esculturas sabe que ese conocimiento de venas, músculos y tendones no era solo cosa de la observación de personas vivas.

Con 18 años ya realizó algunas disecciones, aunque participó más frecuentemente en ellas cuando fue elegido por el anatomista Realdo Colombo para ilustrar un libro que él mismo había escrito sobre el cuerpo humano.

Solía llevar a cabo sus disecciones en el convento de Santo Spirito de Florencia. Allí, había llegado a un acuerdo con su prior. El artista talló un crucifijo de madera que se colocó sobre el altar y el prior le concedió espacio en una sala para realizar disecciones de cadáveres llegados desde un hospital anexo al convento. Todo esto le llevó a adquirir los conocimientos que, para sorpresa de todos, plasmó en la Capilla Sixtina. Unos conocimientos que nos siguen dejando atónitos hoy en día.

Sin duda, una de las pinturas más famosas de los frescos de la Capilla Sixtina es La creación de Adán. En ella podemos ver cómo Dios crea al primer hombre y le insufla vida para que comience a caminar por la Tierra. 

Es una imagen que todos hemos visto mil veces y que podemos reproducir en nuestra mente de memoria. Sin embargo, hasta 1990 nadie se había dado cuenta al reproducirla de que hay un cerebro justo debajo de Dios.

El primero en hacerlo fue el médico antes mencionado: Meshberger. Este se percató de que la capa sobre la que se sienta Dios tiene la forma perfecta de una sección sagital del cerebro. Se cuidan todos los detalles. Por ejemplo, podemos ver la rodilla de un querubín convertida en el quiasma óptico, un punto en el que convergen el nervio óptico de cada uno de los ojos. También hay un pliegue en la capa que se convierte en la cisura de Silvio, una estructura que separa los lóbulos frontal y parietal del temporal. Incluso hay un pañuelo que cae dando lugar a lo que sería la médula espinal. 

No está claro por qué hizo esto Miguel Ángel. En su día, Meshberger señaló que era su forma de explicar que no solo daba vida Adán. Lo estaba creando como un ser inteligente. Suele decirse que se representa la corteza frontal, encargada de controlar algunas de las funciones cognitivas complejas que nos hacen diferentes a otros animales. 

Finalmente, hay quien señala que, quizás, Miguel Ángel quería explicar así que Dios está en el cerebro. Sería toda una afronta a la Iglesia católica, pero la realidad es que es una hipótesis en la que se riza el rizo, que no cuadra con su forma de vivir la vida y la fe. Al menos no según lo que dictan los escritos y sus obras.

Miguel Ángel había mostrado también un gran interés en el estudio del riñón. Posiblemente porque padeció cálculos renales durante algunos años de su vida. Por eso, cuando algunos científicos se percataron de la presencia de un gran riñón en otro de los frescos de la Capilla Sixtina, todo pareció cobrar sentido.

En La separación de las aguas y la tierra se ve de nuevo el manto de Dios dando lugar a un corte de un órgano de la anatomía humana. Un riñón. Pero, además, una de las figuras desnudas que se ven en la pintura están flanqueadas por dos cojines en forma de riñones.

Miguel Ángel sabía muy bien lo que pintaba, porque lo había visto miles de veces. Pero pintaba para personas que, en su mayoría, no tenían ni idea de cómo era el cerebro humano. Quizás, su plan era dejarnos algunos huevos de Pascua a los humanos del futuro. Esos que, aun desvelando algunos de sus secretos, seguimos quedándonos embobados con su obra.