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Has conocido a alguien por una app de contactos que parece sacado de un anuncio: atento, disponible, interesante y con una vida de película. Tras días de mensajearos, cada vez que intentas avanzar a una videollamada o a veros, surge un imprevisto. El runrún crece y, de pronto, te asalta la duda: ¿y si detrás del chat no está quien dice ser? Esa práctica tiene nombre y apellido: chatfishing.

El chatfishing es, dicho en corto, la versión “conversacional” del catfishing: suplantación de identidad o creación de un personaje online para enganchar emocionalmente a otra persona y, a partir de ahí, manipularla. No es solo cosa del amor romántico: también hay objetivos económicos, sexuales o incluso ideológicos. En apps de citas y redes sociales, donde abundan los perfiles y la inmediatez, este engaño encuentra terreno fértil.

Cuando hablamos de catfishing nos referimos a la creación de una identidad falsa (o al uso de fotos y datos robados) para fingir ser otra persona en Internet, con el fin de iniciar una relación, ganarse la confianza y, a menudo, obtener algo a cambio. El chatfishing subraya la parte del “chat”: el embaucador centra la manipulación en mensajes de texto y voz, evitando a toda costa el contacto cara a cara y las videollamadas; su prioridad es mantenerte atrapado en la conversación, donde resulta más sencillo sostener el engaño y ocultar incongruencias. En ambos casos, la meta puede ser extraer dinero, fotos íntimas o información sensible.

Conviene distinguirlo de otro término emparentado: el kittenfishing. Este último describe un engaño “más suave”: no se inventa una persona nueva, pero sí se exageran cualidades, se maquillan datos o se usan fotos antiguas y muy editadas para resultar más deseables. Aun así, sus efectos emocionales pueden ser considerables. En el catfishing/chatfishing, por contra, la identidad es directamente ficticia o usurpada, y el riesgo de daño es mucho más alto.

El término ganó fama con el documental Catfish (2010), que relataba el engaño sufrido por Nev Schulman; desde entonces, se usa mundialmente para nombrar a quienes cazan víctimas online desde perfiles trampa. Hay quien explica el nombre con la anécdota del siluro: antaño, durante el transporte del bacalao, se introducían siluros en los tanques para que los bacalaos, asustados, se mantuvieran activos y no se estropearan. Del mismo modo, el catfisher actúa como un depredador oculto que acecha entre perfiles para mantener a su presa “en movimiento” y a su merced. Hoy, las redes sociales y las apps de citas han hecho de este engaño una práctica tristemente habitual.

Las razones varían, pero el denominador común es el beneficio propio. Entre los motivos más citados están: baja autoestima (deseo de ser alguien más atractivo, influyente o exitoso), problemas de salud mental (depresión, ansiedad o rasgos narcisistas que llevan a buscar validación creando un yo idealizado), venganza (acosar o humillar a alguien conocido), ocultación de identidad (anonimato con fines dudosos), acoso y acecho, experimentación sexual (desde fetichismos inocuos hasta depredación de menores fingiendo ser adolescentes), y, muy especialmente, el beneficio económico a través de transferencias, chantajes o fraude.

El escenario por excelencia son las apps de citas y las redes sociales: allí es fácil alcanzar a muchas víctimas con poco riesgo de ser descubierto. Diferentes fuentes apuntan a que más de la mitad de usuarios habituales de estas plataformas dicen haberse topado con perfiles sospechosos. En una investigación en EE. UU., aproximadamente un 20% de los perfiles analizaban usaban imágenes engañosas o robadas, y entre jóvenes de 18 a 25 años, el 51% reconoció haber subido fotos ajenas o retocadas en algún momento, un atajo nada sano hacia el territorio de los engaños.

La expansión no se limita al terreno sentimental. En el plano profesional, LinkedIn ha visto un crecimiento notable de perfiles falsos que buscan estafar a usuarios con supuestas oportunidades de inversión o para sonsacar datos laborales sensibles. Se ha detectado un incremento sostenido de este tipo de fraudes entre 2020 y 2023, con un giro desde el engaño personal al profesional. Además, distintos reportes han señalado que Facebook concentra una gran parte de los incidentes de catfishing registrados, seguida por Instagram y, en niveles parecidos, LinkedIn, donde los impostores explotan su apariencia de seriedad y reputación.

Las cifras oficiales confirman la gravedad: en 2021, el FBI recibió decenas de miles de denuncias relacionadas con estos timos solo en Estados Unidos; ese mismo año, la autoridad de protección al consumidor de ese país contabilizó cientos de millones de dólares en pérdidas por estafas románticas online, dentro de las cuales el catfishing es la estrella negra. En 2022, las pérdidas vinculadas a engaños románticos se estimaron en unos 1.300 millones de dólares, con un coste medio por víctima de alrededor de 2.500 dólares. Durante la pandemia, los incidentes se dispararon con incrementos significativos, y el daño no se queda en lo económico: cerca de un tercio de las personas afectadas reportó ansiedad o depresión tras el fraude, aunque una parte importante asegura relacionarse con más cautela en línea a partir de entonces.

Detectar a tiempo es medio triunfo. Aunque cada caso es un mundo, hay patrones que se repiten. Estas pistas, tomadas de los indicios más comunes, te ayudarán a afinar el radar y evitar que te lleven al huerto con mensajes dulces y promesas grandilocuentes que jamás se materializan en el mundo real. No es una lista cerrada, pero sí un compendio de señales que, cuando se acumulan, deberían hacerte pisar el freno.

En pleno 2025, lo normal es que una persona deje rastro en varias plataformas: un perfil profesional, alguna red social, fotos cotidianas, interacciones públicas. Cuando alguien solo existe en la app donde te escribe o su presencia online es casi cero, sospecha. También huele raro que su perfil tenga datos vagos, poco contexto y un historial de publicaciones prácticamente desierto. Esa ausencia suele ser deliberada: una forma de permanecer oculto.

Siempre hay una excusa para no mostrar la cara: cámara rota, mala conexión, vergüenza, trabajo inacabable. Si la persona rehúye sistemáticamente cualquier intento de verse por vídeo, es probable que no sea quien dice ser. Las fotos falsas funcionan en mensajes, pero la imagen en vivo arruina la función. Además, asegúrate de que tu webcam y micrófono estén protegidos ante intrusiones; nada de instalar software dudoso ni dar permisos a la ligera, por tu propia seguridad.

Un perfil nuevo no condena a nadie, pero si esa cuenta aparece como recién nacida, solo tiene un puñado de fotos, pocos amigos o seguidores, y ninguna actividad previa, conviene andarse con ojo. En especial si no hay otras redes asociadas o, si las hay, también parecen recién salidas del horno.

Cuando todas las fotos parecen sacadas de un book profesional, con iluminación de estudio y poses perfectas, y no hay ni una imagen cotidiana (un plan con amigos, una afición real, una foto cotidiana), mala espina. A menudo están robadas o muy retocadas, y si pides alguna instantánea reciente o más natural, te mandan las mismas de siempre. Es el momento de plantar bandera.

Te propone veros… y justo ese día aparece un problema: un familiar enfermo, un viaje urgente, una reunión que se alarga. Se repite el patrón y nunca se concreta el encuentro. Este “eterno aplazamiento” es un clásico, igual que el miedo patológico a cualquier contacto por vídeo. Si la relación solo se sostiene en el chat, ya tienes un indicador poderoso.

Una vida de lujo, profesión de alto vuelo, viajes exóticos… pero los detalles no encajan. Lo que dijo ayer hoy cambia, evita preguntas concretas sobre su trabajo, familia o ciudad, o responde con evasivas. También son habituales las historias dramáticas diseñadas para generar empatía instantánea y acelerar el vínculo emocional. Si notas fisuras o inconsistencias, escucha a tu instinto.

Una vez ganada tu confianza, puede aparecer una urgencia: gastos médicos de un pariente, billete de avión para visitaros, un bloqueo de fondos… Da igual la excusa: la petición de dinero a alguien que no conoces en persona es un semáforo en rojo. Y si ya has enviado algo y acto seguido pide más, la señal es todavía más clara.

Mensajes intensos desde el minuto uno, promesas de amor eterno, planes de vida sin haberos visto en vivo. Esta precipitación es táctica pura: busca desarmar tu escepticismo, generarte una conexión artificial y que bajes la guardia. También pueden revelarte intimidades muy pronto para forzarte a compartir al mismo nivel; es un truco de ingeniería social.

Otra bandera roja: imágenes que no cuadran o parecen de banco de imágenes. Una búsqueda inversa en Google u otras herramientas puede revelar el origen real de la foto: si aparece asociada a otra identidad o en webs de stock, ya sabes por dónde van los tiros.

Los perfiles falsos suelen tener una red minúscula y conexiones poco creíbles. No significa que toda persona con pocos seguidores sea un impostor, pero sumado al resto de señales, es otro dato para activar la prudencia.

Si presume ser nativo de un idioma, vive cerca o dice tener una formación específica, pero escribe con fallos sistemáticos que no encajan con esa historia, sospecha. Muchos fraudes delatan su origen por la gramática.

Desde direcciones y documentos hasta contraseñas disfrazadas de “preguntas inocentes”, pasando por fotos íntimas. Con esa información pueden robar cuentas o chantajearte. Si te presionan para enviar materiales comprometidos, frena en seco y no cedas, por mucho que apelen a la confianza.

Otra coartada típica: una vida tan fascinante que justifica ausencias y cambios de plan constantes, pero que nunca se materializa en pruebas reales. Recuerda: si su mundo parece perfecto y a la vez inalcanzable, probablemente sea humo.

La intuición suele acertar cuando las piezas no encajan. Si notas ese cosquilleo de alerta, no lo ignores: corta el contacto o, como mínimo, pausa y verifica. Nadie honesto te presiona por desconfiar ni se enfada porque quieras comprobar datos.

El documental Catfish popularizó el término al narrar la relación online de Schulman con una supuesta “Megan” que, en realidad, era un personaje inventado por una embaucadora en serie. Ese retrato íntimo de la manipulación digital destapó un modus operandi que, desde entonces, se ha vuelto tristemente común.

El jugador de fútbol americano universitario creyó mantener una relación con “Lennay Kekua”. La historia, que incluyó incluso una falsa muerte por enfermedad, resultó ser una invención orquestada por Ronaiah Tuiasosopo. El caso fue contado en una producción de Netflix y mostró cómo el engaño puede afectar a una figura pública y acarrear consecuencias humanas profundas.

Con 15 años, la joven australiana fue engañada por un depredador que fingía ser un adolescente en MySpace. El desenlace fue el peor posible. Casos como el suyo recordaron que estos engaños no son juegos, sino riesgos con potencial de daño extremo, especialmente cuando un adulto se oculta tras un perfil juvenil.

El actor mantuvo una aventura online con una mujer que le enviaba imágenes engañosas. Tras intercambiar material íntimo, él terminó siendo extorsionado. El chantaje es un final recurrente de estas historias: obtener fotos o información para usarlas como arma.

A los 13 años fue secuestrada por un adulto que conoció fingiendo ser un chico de su edad. A raíz de su vivencia impulsó un proyecto de concienciación para prevenir que otros pasaran por algo similar. Su caso evidenció la necesidad de educar a menores y familias en seguridad en línea y detección temprana.

Un hombre que se hacía pasar por miembro de élite de las fuerzas armadas estafó a decenas de mujeres en sitios de citas, obteniendo dinero tras ganarse su confianza con una identidad heroica falsa. Fue condenado a una larga pena de prisión por fraude e usurpación de identidad.

Un perfil femenino aparentemente interesado en el islam engañó a un joven de Virginia, que acabó viajando para unirse a un grupo terrorista. Detrás del avatar había operadores que utilizaban el engatusamiento romántico y el barniz ideológico como anzuelo.

La defensa empieza por la cabeza: sospecha de lo perfecto, valida lo que puedas y controla qué compartes. Una simple búsqueda inversa de imágenes, revisar si su nombre y fotos aparecen asociados a otras identidades, o pedir una videollamada corta y espontánea (con una prueba casual, como saludar junto a un objeto en tiempo real) pueden ahorrarte un disgusto. Evita moverte a canales privados si la plataforma ofrece verificación; no mandes dinero a desconocidos ni envíes material íntimo que pueda usarse para presionarte. Y ponle cerrojo a tus redes: limita datos públicos, revisa quién puede ver tus publicaciones y no aceptes solicitudes de extraños solo por cortesía. Estas rutinas te harán menos “interesante” para un estafador.

En el plano técnico, mantener dispositivos y cuentas seguras es igual de importante: autenticación de dos factores, contraseñas únicas, copias de seguridad y desconfianza ante enlaces y adjuntos raros. Un buen paquete de seguridad puede ayudarte a evitar phishing y descargas trampa. Hay soluciones reputadas conectadas a grandes redes de detección de amenazas que ofrecen protección continua; entre ellas, alternativas gratuitas y suites completas con módulos contra phishing y estafas en línea, como Avast Free Antivirus o Avast One, que añaden capas de defensa frente a ataques comunes del día a día.

Se trata de fingir ser otra persona a través de chats y redes para iniciar una relación engañosa y, a partir de ahí, manipular. El objetivo puede ser el dinero, conseguir imágenes íntimas o robar datos para acceder a cuentas y cometer fraude. Suele ocurrir en apps de citas y plataformas sociales, donde el impostor intenta generar una intimidad acelerada y una falsa confianza.

Por desgracia, bastante. Las cifras oficiales de distintos organismos en EE. UU. muestran decenas de miles de denuncias anuales y pérdidas de cientos de millones de dólares solo en estafas románticas online. Durante la pandemia se registraron incrementos significativos y, además del impacto económico, muchas víctimas reportan secuelas emocionales como ansiedad y desconfianza.

Los más habituales incluyen: huella digital casi nula, negativas a videollamar o quedar, perfiles nuevos o con poca actividad, fotos demasiado perfectas o robadas, contradicciones en su historia, peticiones de dinero, bombardeo amoroso, pocos amigos o seguidores, un dominio del idioma que no cuadra con lo que afirma, demandas de datos muy personales, una vida supuestamente trepidante que todo lo justifica, y esa sensación interna de que algo no encaja.

La IA generativa ha refinado estos fraudes: voces clonadas, fotos y vídeos manipulados (deepfakes) y conversaciones que imitan mejor la forma de hablar de las personas. Esto complica la detección y exige subir el listón de verificación: no te quedes en la apariencia de una imagen o una voz; busca pruebas fuera del chat, y combina varios métodos (videollamadas espontáneas, señales en tiempo real, revisiones de huella digital).

Quedarse con lo esencial: nadie que te aprecie te presiona para que mandes dinero, corras o expongas tu intimidad. Si una historia resplandece pero no resiste el foco, frena y comprueba. Mejor parecer prudente que lamentar tarde; en Internet, la cautela y unos hábitos de seguridad sólidos son tu mejor aliado. Comparte esta información y más usuarios sabrán sobre este término chatfishing.