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Martes, 06 de Mayo de 2025

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Se tiende a considerar a la música como algo genuinamente humano y, por tanto, fuera del alcance de cualquier acción que no sea ejecutada por humanos o por máquinas creadas por humanos. En ese sentido, se da por hecho que seguir el ritmo de una canción con movimientos corporales sincronizados, algo común y fácil para un ser humano, está fuera del alcance de otros animales. Pero no es así.

 

Hay diversos casos de animales que saben reconocer el ritmo de una pieza musical y seguirlo con movimientos corporales sincronizados, a modo de baile. En 2009, una cacatúa llamada Snowball demostró una asombrosa habilidad para moverse al son de canciones pop. Otras investigaciones han mostrado que chimpancés, bonobos, loros y periquitos tienen capacidades similares.

 

En 2013, una hembra de león marino californiano llamada Ronan saltó a la fama tras demostrarse científicamente su habilidad para menear la cabeza al son de la música que escuchaba en cada momento.

 

Ronan fue enviada a vivir en un refugio cuando tenía aproximadamente un año de edad, después de no conseguir vivir adecuadamente por sí sola en libertad. Su nuevo equipo de cuidadores había explorado previamente las capacidades cognitivas de los leones marinos, y en lo que originalmente era un proyecto secundario explorado durante los fines de semana, Peter Cook y Andrew Rouse, del Instituto de Ciencias Marinas adscrito a la Universidad de California en Santa Cruz, Estados Unidos, decidieron ver si Ronan podía seguir un ritmo musical.

 

Premiándola con bocados de pescado cada vez que se movía correctamente mientras oía un pasaje musical, Cook y Rouse acabaron descubriendo que Ronan podía seguir el ritmo mejor que cualquier otro animal no humano.

 

El equipo de Cook y Rouse publicó un informe inicial en 2013, documentado esta habilidad. Numerosos experimentos confirmaron que estaba respondiendo de verdad a la señal rítmica. Y la línea de investigación ha seguido activa.

 

Ahora, un equipo integrado por Cook, Rouse y otros ha llevado su análisis un paso más allá, midiendo la precisión con la que Ronan sigue el ritmo. Y ha resultado ser asombrosamente grande, como la del ser humano o incluso un poco mejor.

 

Andrew Rouse, Peter Cook y Carson Hood, del equipo de investigación, con Ronan. (Foto: Colleen Reichmuth; NMFS 23554)

 

En las pruebas, se tocaron ritmos con tres tempos: 112, 120 y 128 BPM (pulsaciones por minuto) sin que Ronan hubiera estado expuesta previamente al tempo de 112 ni al de 128.

 

A 120 BPM, el tempo más practicado por Ronan, no se desviaba del compás más de 15 milésimas de segundo en promedio. En comparación, el parpadeo de un ojo humano dura unas 150 milésimas de segundo.

 

Los investigadores subrayan que Ronan conserva siempre el control pleno de su participación. No se la priva de comida ni se la castiga por decidir no participar, y ella tiene siempre la iniciativa. Comienza cada sesión subiéndose a una rampa designada, donde se relaja mientras espera a que empiece el experimento. Una vez preparada, se coloca en posición y señala que está lista para empezar. Si decide retirarse en cualquier momento, es libre de volver a su piscina sin consecuencias negativas.

 

También es importante recalcar que Ronan no ha sido amaestrada para bailar, ni se la ha expuesto a música una y otra vez durante los años que lleva viviendo bajo el cuidado de humanos. Cook estima que Ronan ha escuchado menos música que la que un niño humano típico lleva escuchada al cumplir un año de edad.

 

El estudio se titula “Sensorimotor synchronization to rhythm in an experienced sea lion rivals that of humans”. Y se ha publicado en la revista académica Scientific Reports. (Fuente: NCYT de Amazings)

 

 

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